Parece que la neocorteza o neocórtex es la zona del cerebro que de verdad nos distingue (del resto) de los animales. Aunque, dicho sea de paso, el salto evolutivo no se basa meramente en la capacidad de razonar: leyendo a Antonio Damasio descubres que, más que «pensar, luego existir» (como proponía Descartes), «existimos, luego pensamos».
Lo cierto es que el neocórtex tiene seis capas, nada menos. En esas seis láminas superpuestas cabe el grueso de nuestras decisiones: no solo lo consciente y más o menos elaborado, sino también aquello que surge de la intuición y del duende.
Imagino los pedazos de información atravesando esas cinco fronteras, llevando algo así como una bola de arena que muta a cada paso, que recoge polvo en las tolvaneras y exprime agua cuando el calor incordia: pedazos de información que sin embargo resisten y llegan en esencia a su destino, con un poco de suerte a la palabra.
He incluido una historia inspirada en el neocórtex en mi nuevo libro de cuentos, para el que —dicho sea de paso— busco editorial.