Elecciones

En esta semana tan electoral, dejo aquí un par de microrrelatos inéditos que presenté una vez a un concurso y que, por desgracia, no obtuvieron premio alguno.


Suspicacia

Tratando de no sucumbir a sus ojos de serpiente, la interventora seguía atenta a cada finta o maniobra de mano enguantada con que acechaba la urna aquel tétrico y fastidioso votante prestidigitador.


Taras

El desalmado votaba con la cabeza; el ahorcado, con el corazón.

El pájaro lobo

Esta semana os traigo un videocuento. En el cole de mi hija están trabajando en un proyecto sobre la figura del lobo. Cada año suele haber un encuentro con los padres y se cuentan cuentos sobre lobos pero en esta ocasión, por culpa de la pandemia, se ha propuesto que los padres que así lo deseen envíen por correo los vídeos, que se pondrán luego en clase.

Ojo a la gorra…

De modo que ahí voy, grabando mi primer vídeo de este tipo, todo de un tirón. Se nota mi naturaleza de novato en la calidad de la imagen, en los gestos que hago y hasta en el accidente que tengo a mitad de grabación. No voy a corregirlo porque lo que importa es la intención y también porque, al fin y al cabo, el público objetivo son niños de cuatro años, que podrían hasta echarse unas risillas.

Por lo demás, el cuento es mío. Soy consciente de que tiene algunas reminiscencias a otras historias, como El patito feo o Bambi, aunque se basa en un personaje que se me ocurrió durante una de esas largas tardes de columpios y tobogán. Quizás algún día lo ponga negro sobre blanco. Con un poco de suerte las editoriales se pelearán por la historia y se publicará un libro de esos con papel chulo e ilustraciones de autor.

@DisneySpain, espabila, que me lo quitan de las manos.

Fuera del Mundial

La Selección Española de Fútbol perdió anoche 2-0 contra Chile, lo que significa que no pasará de la fase de grupos de este Mundial de Brasil. Vamos, que está eliminada. Aunque hoy pensaba escribir de otro tema, no he podido evitar el recuerdo de un poemita que escribí hace unos años y que viene que ni pintado para este momento. Se trata de una composición inédita que trata de la decepción que supuso para ese poeta en ciernes de solo 17-18 años la eliminación en el Mundial de Francia de 1998.

Es obvio que se trata de un poema menor pero, en mi opinión, los blogs no están solo para mostrar al mundo lo bueno que eres, sino también para presentar lo malo que fuiste, esto es, para ilustrar tu evolución. Aun siendo así, (admitiendo que el desenlace del poema es al menos tan patético como lo ha sido el desenlace de la Selección Española en este Mundial 2014) creo que podría salvar de la quema, sin arrepentirme de ello, los primeros versos.

mundial

Por lo que leo en el poema, en aquella época aún perdíamos los partidos por cuestiones de suerte. Y, aunque la realidad de ahora es más dura (me temo), ¿quién se iba a imaginar por aquel entonces que la Selección Española dominaría el fútbol mundial durante seis años nada menos?

Los principios son siempre duros. La gloria es para los que perseveran.

Patera

Me ha gustado releer un texto que escribí en la adolescencia pensando en una hipotética novela sobre un amor imposible a ambos lados del estrecho de Gibraltar. Se iba a llamar Patera, y tenía mucho sentido escribirla en aquellos años en los que tantos inmigrantes se jugaban la vida intentando alcanzar el continente europeo. También tenía todo el sentido naufragar en el tono poético del texto que copio y pego aquí, no en vano la adolescencia es, más que ninguna otra, la época del amor frustrado. En fin, aquel proyecto se hundió como tantas otras cosas con el tiempo, pero rescato aquí la semilla de lo que nunca fue, porque me gusta, y porque para eso está la bitácora de un hombre palabra, ¡qué carajo!

Se mecían ya los astros en la noche. Era una como otra: fría, cerrada, soberana, altiva. El reloj se había cansado de dar las horas. (Las horas no pasan en la noche: es la noche la encargada de transportarlas mientras hibernan). El reloj musitaba para sus adentros unos rezos fúnebres, helados, desvelados, lúgubres. Pero era verano y la noche, como todas las noches era una noche quieta. Casi una noche muerta. Ahmed se medía la suerte cerrando los ojos y se preguntaba cuál sería el recipiente del amor. Cuando Ahmed estaba con Nayma el amor ocupaba el espacio que quedaba entre ambos y cuanto más se acercaban tanto más profundo y enorme el amor era. Pero ahora que se hallaban lejos el uno del otro, ahora que el aire que respiraba Ahmed no podía compartirlo con Nayma, ahora que la luna ya no era una sino que cada uno de ellos se asombraba de vislumbrar una luna distinta en una misma noche; el joven marroquí pretendía averiguar dónde se guardaba el amor hasta el próximo encuentro. No podía el amor estar en el aire: había demasiado aire. Ahmed se preguntaba si el amor se asentaba en los ojos del amante, si las pupilas eran dichosas de conservarlo hasta el siguiente roce. Pero no podían ser los ojos que grabaran la última imagen. Acaso la nariz de Ahmed sería el baúl del último manantial olfativo de Nayma, del último perfume árabe, rizado, blando, suave. Mas Ahmed dudaba: quizá el amor se había quedado en sus dedos, en su alejado jirón de piel envenenada por las yemas de Nayma. Entonces el joven marroquí se negaba a sí mismo. Su amor estaría en el cerebro. Sí, eso era lo más científico, lo más actual. Un cerebro guardián del amor, del contacto, del tacto, del albor. Sin embargo aún no estaba seguro Ahmed. Recurriría al mito del corazón, fiel receptor del sentimiento más grande según los románticos, los poetas, los profetas, los cánticos. Y sí. Cuando Ahmed a punto se acercaba al sueño llegaba a la conclusión, una vez más, que el amor que sentía por Nayma no era guardado por iris, nasos, uñas, pensamientos o sangre bombeada. Que ni siquiera su amor era custodiado por la memoria del último placer o caricia. Ya en la duermevela Ahmed se convencía de que el recipiente del amor era él mismo; él con su alma, su cuerpo y su mente. Él con su pasado, su futuro y su presente. Con su trabajo y con su descanso. Con su sueño y con su vela. Y que precisamente Ahmed no era más que eso: el envase del amor más puro y real que nunca antes se había llegado a sentir y que esa constituía su única y postrera función. Una vez más Ahmed comprendía que, como las horas, la quietud de la noche respondía al objeto de no mover el amor de sí mismo, de no distraerlo, de no perturbarlo o perderlo. Y una vez más se dormía con la tranquilidad de saberse aliado y protegido de una callada noche casi muerta.

Mi primer grano de acné

Entre las cosas que no he publicado y seguramente no publicaré jamás (en papel), he encontrado esta pequeña (jo)joya de octubre de 1995. Debe figurar, que yo me acuerde, como mi primer poema fechado, lo cual le otorga un aire místico que, como comprenderán al leerlo, se esfuma inmediatamente:

Ahí está

Ahí está,
no me preguntes por él.
Ahí está,
sublime como un corcel.
Ahí está,
de color cambia también.
Ahí está,
duro como una roca.
Ahí está,
impasible ante mi boca:
mi primer grano de acné.

Me niego a verter crítica literaria alguna sobre semejante exabrupto. Eso sí, casi quince años después, debo reconocer que me sorprende gratamente su tono: destila un nosequé irónico que apenas puede hallarse en otros escritos posteriores, de todas todas más concienzudos, pero también menos auténticos. No me dirán que un poema dedicado a ese infatigable compañero de la pubertad no merece un sitio en los infinitos anaqueles de la Red.