El pájaro lobo

Esta semana os traigo un videocuento. En el cole de mi hija están trabajando en un proyecto sobre la figura del lobo. Cada año suele haber un encuentro con los padres y se cuentan cuentos sobre lobos pero en esta ocasión, por culpa de la pandemia, se ha propuesto que los padres que así lo deseen envíen por correo los vídeos, que se pondrán luego en clase.

Ojo a la gorra…

De modo que ahí voy, grabando mi primer vídeo de este tipo, todo de un tirón. Se nota mi naturaleza de novato en la calidad de la imagen, en los gestos que hago y hasta en el accidente que tengo a mitad de grabación. No voy a corregirlo porque lo que importa es la intención y también porque, al fin y al cabo, el público objetivo son niños de cuatro años, que podrían hasta echarse unas risillas.

Por lo demás, el cuento es mío. Soy consciente de que tiene algunas reminiscencias a otras historias, como El patito feo o Bambi, aunque se basa en un personaje que se me ocurrió durante una de esas largas tardes de columpios y tobogán. Quizás algún día lo ponga negro sobre blanco. Con un poco de suerte las editoriales se pelearán por la historia y se publicará un libro de esos con papel chulo e ilustraciones de autor.

@DisneySpain, espabila, que me lo quitan de las manos.

Anagnórisis

Pocas obras literarias que se precien prescinden de un momento de iluminación en el que el héroe, de súbito, se da cuenta. Experimentar con las dimensiones de la fatalidad, de un tropiezo, de la culpa; experimentar con las consecuencias de unos actos que creíamos inocuos, con la relevancia de aquello que pasamos por alto (y la relevancia en sí de la vida); experimentar, en fin, con todo eso de manera primera, de manera profunda, es sin lugar a dudas algo que se queda en el corazón tanto del que escribe como del que lee.

Yo también quería partir de la magdalena de Proust. Al hacerlo, me di cuenta de que también en este lado de la vida hay profusión de errores significativos: aquella decisión errónea, la palabra no pronunciada, el viaje letal, el hijo que nunca tuvo que nacer.

Me llevé la historia a la ciencia ficción porque quería que mi personaje se diera cuenta de algo que, en principio, tenemos vedado los seres humanos de carne hueso. Me llevé al personaje a un territorio difuso, confuso, azul, en el que el momento de aprehensión tuviera una dimensión sideral. Puse tierra de por medio (en la distancia y en el tiempo es más fácil darse cuenta), activé la máquina de soñar y la mente alumbró guerras, gimnasias, eternidades y un cancerbero.

'life can be delish with a sunny disposish', de fusion-of-horizons

He incluido una historia inspirada en la anagnórisis en mi nuevo libro de cuentos, para el que —al parecer— ya tengo editorial.

Sistemas de autogobierno que ejecutan transiciones de fase

Hace unas semanas, en el curso de emprendizaje, la profesora sacó a colación el tema de la comunicación instantánea y puso de ejemplo el caso de las hormigas. No pude evitar recordar un artículo de Eduard Punset recogido en Cara a cara con la vida, la mente y el universoun libro excepcional que, además, contiene un importante arsenal de informaciones y datos curiosos para estimular la imaginación. A mí, por lo menos, me sirvió para descubrir un sinnúmero de elementos que se comportan de esta forma en la naturaleza: las células que se mueven todas a una cuando aparece una enfermedad; las bandadas de pájaros, impredecibles, veloces; las moléculas de vodka, congeladas a la vez; la sincronización de los ciclos menstruales en mujeres que duermen bajo el mismo techo; las luciérnagas que emiten luz en el mismo instante o el momento mágico en que aparece la conciencia en el cerebro, por poner solo unos ejemplos.

Hace apenas una semana se ha publicado un estudio que da respuesta a este fenómeno desde el campo de las matemáticas. Lástima. Cuando escribí el cuento (y cuando fue publicado el libro de Punset) este tipo de coincidencias seguía resultando básicamente misteriosas, lo que me llevó a pensar, desde la perspectiva de lo literario, qué pasaría si un determinado grupo de seres humanos empezara a actuar al unísono. Me imaginé la voluntad individual cercenada por la voluntad común, pero no lo consideré desde lo negativo (no, esta vez) sino con una inquietud más bien lúdica. ¡Cuántos grupos existen cuyos miembros parecen obedecer todos al mismo mandato invisible! Qué sensación tan horrenda la de sentir que tus acciones solo tienen sentido en el contexto de las de los otros, de las acciones gemelas que también desarrollan los otros. Y, sobre todo, qué sensación más maravillosa la de recuperar al fin la individualidad perdida. Ante la explicación científica, yo me quedo con lo mágico.

'Flock of birds', de Eugene Zemlianskiy

He incluido una historia inspirada en los sistemas de autogobierno que ejecutan transiciones de fase en mi nuevo libro de cuentos, para el que —dicho sea de paso— busco editorial.

_Última temporada_

Me gusta leer antologías. Me gusta, especialmente, leer antologías como esta que acabo de terminar: Última temporada. Son antologías que pretenden retratar a una generación. El subtítulo del libro reza Nuevos narradores españoles 1980-1989, así que el libro es el descendiente directo de otro volumen publicado por Lengua de trapo años ha, también leído por mí, y con otro sugerente título: Páginas amarillasCreo recordar haber leído cuentos de Juan Manuel de Prada y Lucía Etxebarría, entre otros, en aquel libro. En este, los elegidos son una veintena de jóvenes seleccionados por el también escritor Alberto Olmos, a quien se debe además el prólogo, un breve texto que, según supe en el Festival Eñe, había causado cierto revuelo en los cenáculos literarios.

Pero me interesa hablar de los cuentos, básicamente. Puedo decir que, en general, se aprecian voces con oficio y personalidad. Algunos relatos están, obviamente, más logrados que otros. De hecho, pude experimentar en algunos casos una sensación que tengo con ciertos relatos míos: me gustan, están bien, avanzan bien, responden a una buena idea, qué coño, a una idea cojonuda, pero, por alguna razón, no terminan de cuajar. Me ha pasado, como digo, con algunos de los cuentos incluidos en esta antología. No obstante, me centraré en los autores que han llamado más mi atención, los que me han dejado con ganas de más (sin que esto signifique que no vaya a leer más de los otros, precisamente por haberme sentido identificado con ellos, como he dicho).

De la primera parte del libro quiero destacar los cuentos de Guillermo Aguirre y Jimina Sabadú. El primero es una estupenda obra metatextual, que demuestra la maestría del autor como narrador. El segundo es un juego, un ejercicio de estilo con un tipo de narrador que le sonará a más de un televidente.

En la segunda parte del libro es donde me he topado con más cuentos que, en mi humilde opinión, adolecen de cierta falta de verosimilitud. Aun así, tengo que recomendar el cuento de Aloma Rodríguez, fresco y con ritmo, y el de Rebeca Le Rumeur, brevísimo, que en un principio no me convencía pero que luego, al llegar al punto final, dejó en mí un sentimiento extraño, entre la estupefacción y la sorpresa, que es difícil de lograr en tan pocas palabras.

Por último, la tercera parte incluye cuatro relatos más extensos y, también, más ambiciosos. Aunque estoy acostumbrado a la lectura de cuentos más breves, he saboreado la intensidad y el estilo con el que están escritos tres de ellos: el de Juan Soto Ivars, el de Cristina Morales y el de Laura Fernández. El primero es interesante por el tono y la ambientación; del segundo me maravilla el uso del lenguaje y el estilo en general; finalmente, el de Fernández me pareció un prodigio de originalidad.

últimatemporada

Lo importante de un libro es que te deje con ganas de más, y eso me ha ocurrido con este. Seguiré de cerca a estos autores, no solo a los destacados, sino a otros con voces interesantes, como Víctor Balcells Matas, Salvador Galán Moreu, Juan Gómez Bárcena o Pablo Fidalgo Lareo. Los que escribimos cuentos sabemos que es casi un milagro que alguno salga redondo. Ay, cómo me habría gustado estar en la Última temporada. ¡Qué os voy yo a contar!

Torre de Hanói

He crecido jugando al parchís, aprendiendo los gestos del mus, perdiendo al póker. He crecido en cada mano jugada hasta el final o interrumpida. He crecido montando una y otra vez los puzles que me regalaron Antes, resolviendo los sudokus, los crucigramas, los jeroglíficos del diario. He crecido entre el pilla-pilla y el escondite, aceptando las reglas de los otros, olvidando el poquino, el pollito inglés, el Monopoly, el tres en línea, el cuatro en raya (¿el cuatro en línea, el tres en raya?). He crecido resolviendo las palabras esquivas del ahorcado.

Cada resolución de un problema es el espejo de la vida en pequeñito. Como en los sueños, utilizamos los juegos como campo de operaciones, para ponernos a prueba, para ensayar las soluciones a los problemas grandes, los del Después.

Aprendí el juego de la Torre de Hanói mientras aprendía el juego de la Tesis. Me pareció el paradigma de las resoluciones de problemas. Un cubo de Rubik matemático, un enigma de lógica, sencillo y hermoso. Como todos esos juegos en que me apoyé en el tierno ajedrez de la pubertad: cuando más necesitados estamos de la seguridad y de la independencia.

'state of Zen' de shioshvili

He incluido una historia inspirada en el juego de la Torre de Hanói en mi nuevo libro de cuentos, para el que —dicho sea de paso— busco editorial.