Esta semana ha saltado la noticia de que Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, abandonaba Twitter. Ha dado sus razones, que algunos han considerado contradictorias con su discurso y posición anteriores. El caso es que yo mismo llevaba tiempo queriendo escribir una entrada explicando las razones que me llevaron a dejar las redes sociales y el blog hace casi cinco años, con lo que la noticia en cuestión me lo ha puesto en bandeja.
No dejé las redes sociales y el blog de golpe. Si no recuerdo mal, primero fue Facebook y después Twitter y, finalmente, WordPress. Llegué a pensar en desinstalar WhatsApp del móvil, porque sentía que tantas ventanas y aplicaciones me distraían de la realidad, la seccionaban y herían. Tanta fragmentación me resultaba un incordio no solo para escribir, sino también para vivir.
Además, en los últimos años he sufrido grandes evoluciones: desde el estado civil a la situación laboral, pasando por una reducción del círculo de amistades. Sentía que debía protegerme de las críticas que de manera explícita o velada llegaban a mí, más concretamente por la manera en que he cumplido mi sueño de ser padre. No estaba preparado para oír según qué cosas, para leer según qué cosas, y menos aún desde cuentas o perfiles que hasta ese momento había considerado cómplices. No solo estaba cambiando yo, también lo estaba haciendo la sociedad, cada vez más radicalizada e intolerante.
Los cangrejos, cuando nos sentimos agredidos, nos escondemos bajo el caparazón. Eso he hecho durante estos años: dedicarme a mí y a los míos (sobre todo a mi hija), aprender, consolidar mi puesto de trabajo, recuperar la autoestima y el hábito de escribir.
Y, ahora, una vez que ha pasado la tormenta, empiezo casi desde cero, sin seguidores pero con el espíritu renovado, ave fénix. Eso sí, con los compañeros de viaje justos, los que siempre han estado ahí, los que siempre estarán. Como dice mi comadre, @AngelaBelotto, yo solo quiero amigos militantes.
Decía Soto Ivars que no había que fiarse de quien anunciaba a los cuatro vientos que se iba de las redes sociales, como no hacemos con nosotros mismos cuando todavía de resaca juramos y perjuramos que jamás volveremos a probar una gota de alcohol. Yo, a diferencia de Colau, me fui sin publicidad, sin pausas dramáticas ni portazos.
Y estoy aquí otra vez, abierto al mundo. Preparado para decir.