El mariposario

Solo en Granada he estado en el mariposario.

El tiempo no se veía. La temperatura era estable. La humedad se metía en ti.

Cientos, tal vez miles, de seres alados se multiplicaban en caótica coreografía, pintaban un espacio salpicado de plantas tropicales, arroyos de mentira y terrarios escondidos. Las mariposas revoloteaban felices entre turistas (siempre turistas) que alucinados miraban cómo sus vuelos se cruzaban sin violencia, cómo se posaban sobre los más inverosímiles ángulos, cómo brillaban, cómo se mezclaban en coreográfico caos.

Fui un niño en el mariposario, ahora lo recuerdo.

Estoy deseando volver.

El mapa de Finlandia es un jamón

No puedo evitarlo: es verlo, cuando hojeo los diarios sin entender absolutamente nada (excepto las imágenes: es asombroso el poder que tienen) o cuando consulto la predicción meteorológica (siempre más optimista de lo que debería), es ver el mapa, como digo, su silueta, e igual que si estuviera ante un test de Rorschach, me viene a la cabeza, simple y llanamente, el jamón o la paletilla que cada año aparece en la cesta de Navidad y que pasa unos días majestuoso en la despensa y luego todavía más majestuoso en el plato y en nuestros sibaritas estómagos y es que no se puede aguantar de lo bueno que está. Casi puedo oler, en el mapa de Finlandia, ese aroma tan característico del jamón, esa promesa, salada y umami, que se instala en la casa, en la atmósfera, en las páginas de estos periódicos finlandeses, indescifrables y absurdos, que si no fuera por el poco pudor que aún me queda, bien que lamería, para intentar rescatar esa forma bellotera del mapa de Finlandia.

O quizás lo que me pasa es que, simple y llanamente, siento una morriña que no se puede aguantar.