Entre las cosas que no he publicado y seguramente no publicaré jamás (en papel), he encontrado esta pequeña (jo)joya de octubre de 1995. Debe figurar, que yo me acuerde, como mi primer poema fechado, lo cual le otorga un aire místico que, como comprenderán al leerlo, se esfuma inmediatamente:
Ahí está
Ahí está,
no me preguntes por él.
Ahí está,
sublime como un corcel.
Ahí está,
de color cambia también.
Ahí está,
duro como una roca.
Ahí está,
impasible ante mi boca:
mi primer grano de acné.
Me niego a verter crítica literaria alguna sobre semejante exabrupto. Eso sí, casi quince años después, debo reconocer que me sorprende gratamente su tono: destila un nosequé irónico que apenas puede hallarse en otros escritos posteriores, de todas todas más concienzudos, pero también menos auténticos. No me dirán que un poema dedicado a ese infatigable compañero de la pubertad no merece un sitio en los infinitos anaqueles de la Red.