Mentiráforas

En 2014 se publicó mi primer libro de cuentos como autor único, después de la experiencia que supuso Afinidades. Llevaba dándole vueltas desde 2006 al menos. Como anduve tan atareado con la tesis, y con mis primeros años en la Universidad, pasaron meses enteros en los que lo único que podía hacer era apuntar ideas, mezclar conceptos y, sobre todo, dejar que las mentiráforas fueran calando. Se puede decir que las escribí en varias fases, temporadas en las que, por lo que sea, me encontraba un poco más libre, y entonces me metía a fondo con tres o cuatro ideas, hasta que regresaba el trabajo y tenía que volver a dejar el libro en barbecho.

Idea del libro

Primero se me ocurrió la idea, y después el nombre. Pensé que si el cuento moderno se caracteriza por solapar dos historias, añadir una capa más al territorio del relato se traduciría en un ejercicio literario apasionante. Me impuse buscar ideas que estuvieran de alguna manera cohesionadas, y tratar de utilizarlas para cada capa del relato: el argumento (o mentira, la primera), la sorpresa (o verdad, la segunda) y la referencia (o marco, la tercera). El nombre, así, es un juego de palabras entre ‘mentira’ y ‘metáfora’.

Corría el peligro de que la estructura se complicara; por eso, una vez metido en faena supedité la idea primigenia a la sencillez del argumento o al interés de la trama. Así, algunos relatos me quedaron más redondos que otros (en cuanto a estructuras mentirafóricas se refiere), y otros se alejaron de la idea original, pero los mantuve porque creía que seguían siendo interesantes.

Pondré algún ejemplo de cómo funcionan las mentiráforas.

  • En el cuento «M. C. Escher» jugué con tres conceptos que podrían tener alguna relación. Para el argumento me centré en un crucero, con sus idas y venidas, sus puertos, trayectos, etc. Para la sorpresa, introduje sutilmente el concepto del alzhéimer, que hace que, de alguna manera, las memorias del sobrecargo se mezclen y solapen. Por último está la referencia a los cuadros de Escher, con sus juegos de perspectivas imposibles y sus laberintos, que también está presente en algunas imágenes (los trampantojos, esa calavera en el ojo que cierra el relato, que es un cuadro del dibujante).
  • Otro ejemplo sería el de «Neocórtex». El argumento es cómo una noticia se va distorsionando al pasar de un individuo a otro; la sorpresa es que, al final, el que recibe el mensaje interpreta perfectamente la intención del primer emisor y el marco es la estructura cerebral del neocórtex, en la que la información va pasando por un total de seis capas (el número de personajes). Y además, se introduce la idea del juego de niños y, en especial, el del teléfono, que funcionaba más o menos así.
  • En «Torre de Hanoi», los movimientos de protagonista son exactamente los que se han de realizar para resolver un problema de este tipo (¡puede comprobarse!) y la resolución de problemas tiene que ver con los juegos de rol y con crecer; en «Funciones de Propp», la narración introduce, en orden, las 33 funciones de Propp; etcétera.

Como decía, otros cuentos no están tan conseguidos desde el punto de vista técnico, pero pienso humildemente que tienen otros valores, como personajes interesantes o tramas más o menos originales.

Portada

Mención aparte merece la portada: una fotografía de Cecilio Sánchez Tomás que había formado parte de su exposición Líneas demarcatorias en un paisaje. Cuando se aceleró la publicación tuve que pensar rápidamente en una portada, aprovechando la libertad que me daba, en este sentido, la editorial Atlantis. Mi portada soñada, entonces, era una gran torre de luz ante un cielo tenebroso y vista desde abajo. Me gustaba la idea porque advertía en ella, gráficamente, los tres niveles mentirafóricos: lo evidente (el amasijo de hierros), la sorpresa (el milagro de la energía conducida) y la metáfora (una imagen de un monstruo terrible a los lados de las carreteras aburridas). Este efecto, denominado ‘pareidolia’, consiste en asignar figuras o atributos humanos a las cosas; yo lo había utilizado en algunos cuentos, como en el que se ha leído al principio (ese risco que parece la cabeza de un indio, esas nubes que parecen algodón).

Hablé con Cecilio para contarle mi idea y, a pesar de que teníamos poco tiempo, llegó a enviarme algunas fotos para que eligiera sin compromiso. Por desgracia, fue un otoño muy seco, un veroño, por lo que el cielo carecía de ese tono amenazador que habría sido necesario para otorgar la monstruosidad deseada a las torres de luz.

No sé cómo me acordé de aquella exposición de porterías que tanto éxito había dado a Cecilio. Cuando volví a tener esta foto ante mis ojos supe que esa era mi portada; a pesar de ello, pedí ayuda a amigos como la fotógrafa María Hoyos o Cristina Gálvez, la prologuista del libro, quienes me confirmaron lo que suponía: con la foto de la portería se entendía mejor el mensaje que yo quería trasladar, esa superposición de niveles, de tres historias. En esta foto está lo evidente (unas líneas sobre una pared), la sorpresa o sentido final (esas líneas tienen un por qué o, mejor un para qué: ejercer de portería) y, por último, la metáfora (es también una puerta sugerente, una vía pintada sobre un fondo blanco que casi se confunde con el cielo y que podría entenderse como el acceso a otros mundos, a la fantasía, a la infancia).

Foto original (de Cecilio Sánchez Tomás) de donde se extrajo la portada

Quedé muy satisfecho de esta portada, de esta fotografía: una puerta a cosas que todavía desconozco. Como cuando te pones a escribir y no sabes adónde vas a llegar.

Repercursión

En retrospectiva, pienso que Mentiráforas es un libro muy cerebral, con todo lo que ello conlleva: por una parte, los cuentos son precisos y compactos, por otra, a algunos de ellos les falta ángel, un poso de humanidad que haga que el lector siente empatía por los personajes. No obstante, a pesar de sus deficiencias, le tengo cariño al libro porque en algunos de los cuentos incluidos se vislumbran verdades y emociones profundas. Son un total de veinte cuentos en los que se conjuga el lirismo con el semantismo y con lo metaliterario.

El libro se presentó el 28 de noviembre de 2014 en la Casa de la Cultura Ignacio Aldecoa, de Vitoria, pero se hizo una segunda presentación en la Casa de la Cultura de Almansa el 29 de diciembre de ese mismo año. En la primera presentación, conté con la ayuda del escritor, profesor y crítico Jesús Camarero. En la segunda, con la colaboración de mi profesora de literatura en el instituto, también escritora, Avelina García.

En la Casa de la Cultura Ignacio Aldecoa, con el escritor Jesús Camarero

Además, en 2015, fui invitado por el propio Jesús Camarero para hablar sobre el libro en el ciclo de conferencias Cómo he escrito. Ese mismo año, acompañé a mi colega David Verge en una actuación en el bar El Muro, de Málaga (hay un vídeo de su actuación en el que salgo yo al fondo), ocasión en la que leí el cuento «Es la ansiedad», incluido en el libro. Y hace poco he leído otra de las mentiráforas («Anagnórisis») en un pódcast literario y artístico, El pozo, que puede encontrarse tanto en Spotify como en iVoox:

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