En la casa

Uno se lanza a la crítica de literatura o de otras disciplinas artísticas cuando se siente especialmente movido por algo; el sentimiento puede derivar de una decepción flagrante o de una profunda satisfacción. El caso que voy a comentar hoy se encuadraría en esta última posibilidad: ayer estuve en el cine viendo En la casa, de François Ozon.

"stylized house", de Paolo Savini

Creo recordar que hace ya varios años asistí a la ópera prima de este director, Gotas de lluvia sobre piedras calientes. Luego he sabido que no figura entre las mejores obras de su filmografía pero la impresión que me dejó a mí, personalmente, fue la de un director con una voz muy original. La película que disfruté ayer en el cine está varios niveles por encima de aquella que supuso mi descubrimiento de François Ozon: no en vano, ha sido la ganadora (Concha de Oro) del último Festival de Cine de San Sebastián y la crítica especializada (véase la de Carlos Boyero, por ejemplo) la considera obra cumbre de una carrera que desde ya se consolida.

Y es que tiene numerosos aciertos. En primer lugar, la acción la sostiene una serie de personajes muy atractivos, especialmente los dos protagonistas: un profesor inflexible y riguroso y un talentoso alumno de hipnótico comportamiento. En segundo lugar, un ritmo ágil que mantiene al espectador en un estado de tensión, y por ello se aleja del típico cine francés parsimonioso. Y en tercer lugar, en lo que creo el mayor logro de la película, un guion adaptado de una obra de teatro del español Juan Mayorga que resulta extraordinario. Es de rigor subrayarlo: extraordinario: una sucesión de giros inesperados, un juego constante en el que la realidad se come a la ficción y la ficción coloniza la realidad, una provocadora metáfora sobre cuál es la función del creador de historias y cuál es la naturaleza del lector o consumidor de historias, de esa persona (¿personaje?) que siente la ineludible necesidad de mirar a los otros, de espiarlos, de entrar en sus vidas, en sus familias, en sus casas.

Avatar & Mythago Wood

Esta última semana he terminado de leer Mythago Wood, el primer libro del ciclo Mitago, de Robert Holdstock. El azar ha querido que, también estos últimos días, haya visto por segunda vez Avatar, la película de James Cameron, aunque esta vez haya sido en (solo) dos dimensiones y sin atiborrarme de palomitas.

Del libro, he de decir que es una pequeña delicia. Expertos en literatura fantástica me habían convencido de que, en el subgénero de la fantasía, había vida más allá de Tolkien y de los dragones. Por ponerle un pero, la idea daba para una trama más rica, pero tal vez el autor tenía en mente desde el principio la construcción de una saga, como eventualmente hizo.

Internet está repleto de críticas de la película de Cameron; no es mi intención emitir un juicio sesudo sobre ella. Quería, eso sí, dejar constancia de que, mientras volvía a ver Avatar, me acordé de Mythago Wood y me pareció que había varias coincidencias (¿fortuitas?): la utilización de los dos mundos paralelos, el paulatino descubrimiento del mundo nuevo por el héroe y, sobre todo, el enamoramiento de una criatura del espacio mítico por parte de dicho héroe. Para colmo, en el propio libro de Holdstock se habla de avatares, y la traducción al español cita esta misma palabra: «avatar».

Quién sabe, a lo mejor James Cameron encontró su musa en las inmediaciones del bosque de todos los mitos.