El pasado fin de semana recalé en el Festival Eñe. Otros años había querido acercarme a Madrid, a ese Círculo de Bellas Artes con tanto glamur, para conversar con poetas, codearme con críticos, quién sabe si conocer también a esa figura mitológica (de la que algún día me ocuparé): el agente literario. Pero no ha sido hasta este año que he tenido un motivo real, más allá de los sueños, para acudir. Me había presentado a una actividad que organizaban los de Eñe, llamada «Cuatro editores en busca de autor», para la que al final quedé suplente. Compuesto y sin mi charla con el editor que buscaba autor (no lo sabía ninguno de los cuatro editores, pero me buscaban a mí)…
El festival se inauguraba el jueves 14, pero las actividades se aglutinaron más bien entre el viernes y el sábado. Era mi primer festival de este tipo; me sentía como en mi primer congreso de Traducción: un extraterrestre, un novato, un recién llegado, un elefante en una cacharrería. Me habría ayudado la compañía de algún amigo, pero mi compañera de (algunas) fatigas (literarias), Cristina, no se acercó a Madrid porque estaba ocupada con otras cosas de la Universidad. Estuve solo y me sentí solo, pero he sacado algunas conclusiones.
1: Estoy totalmente en la periferia de lo que se cuece en lo literario.
Antes de ir al festival, tenía la sensación de que me quedaba mucho; tras este, sé que tengo que recorrer mucho, acudir a saraos, codearme con unos y con otros… si quiero empezar a ser visible como escritor.
2: Tengo que leer más a los autores de mi generación.
Se habló de esto en una de las charlas que más me interesaron, una mesa redonda con escritores nacidos en la década de los ochenta. (Faltaba yo, claro). Acudí también con la intención de ver a una fantástica escritora que conozco de mi etapa granadina, Cristina (García) Morales, pero por alguna razón no se presentó. Sí lo hicieron otros incluidos en la antología de Lengua de Trapo; me quedé con el nombre de cuatro de ellos, los que más me llamaron la atención, son: Aloma Rodríguez, María Folguera, Daniel Gascón y Juan Soto Ivars. A alguno lo conocía de oídas, pero es todo un placer escucharlos en directo. Aloma tiene frescura, María es francamente elegante, Daniel tiene calle y misterio en los ojos y Juan… Juan me pareció un espectáculo, un ser seguro de sí mismo y dispuesto a comerse el mundo. Él fue quien más insistió en que había que leer a los autores españoles de nuestra generación, básicamente porque había mucho talento en nuestro país; yo estuve a punto de levantar la mano y quejarme por ese acceso de patriotismo literario, pero me contuve porque, si bien no me convencía completamente el fondo de sus palabras, sí lo hacía la forma con la que engatusaba a un público que no albergaba duda alguna sobre quién era el protagonista. El sábado me compré la antología Última temporada de Lengua de Trapo. Quise comprar también una parecida que ha salido en Salto de Página, pero no la tenían en la librería que montaron en el Eñe.
3: Se venden muy pocos libros literarios en nuestro país.
Como en el primer caso, se trata más de la confirmación de una intuición que de un descubrimiento propiamente dicho. ¡Pero la realidad supera a la intuición! Otra de las charlas interesantes a las que asistí tuvo como protagonistas a los cuatro editores que buscaban autor (que me buscaban a mí, sin saberlo), que discutieron sobre las amenazas actuales que se ciernen sobre el mundo del libro. Diana Hernández (Turner), Jorge Lago (Lengua de Trapo), Pablo Mazo (Salto de Página) y Diana Zaforteza (Alfabia) presentaron un panorama tan desalentador que, aunque se me pasó por la cabeza acercarme a presentarme a alguno de ellos (con mi libro de relatos bajo el brazo, metafóricamente hablando), al final me contuve. Dijeron que un libro de algún autor bueno pero no mediático puede vender unos 3000 ejemplares en el mejor de los casos. Es una pena porque…
4: Hay autores que escriben realmente bien.
Podría ser una continuación de lo que decía Soto Ivars; el caso es que lo he experimentado por mí mismo, en mi asistencia a las diversas lecturas, mesas redondas, conferencias exprés, etc. Me llevo el recuerdo de un buen número de poetas, como el gran descubrimiento que para mí ha sido uno de los últimos ganadores del Loewe, Juan Vicente Piqueras, y otros con grandes dotes para la poesía, como Laura Casielles, Mariano Peyrou o la siempre impactante Elena Medel, a quien tuve el placer de saludar. Me interesó también una mesa redonda con escritores a contracorriente, de la que quiero destacar el encanto de Lara Moreno, que ha resultado ganadora de la Coseña Eñe 2013 (esto es, del prestigioso certamen de cuentos al que se presentan más de 3000 obras cada año) y que recientemente ha publicado su primera novela, Por si se va luz (Lumen), que también compré y me llevé firmada del Festival.