Juliet, naked


Joder, me encanta Nick Hornby. Me he terminado hace poco su última novela, la cual, si no me equivoco, aún no ha sido traducida al español. Se titula Juliet, naked. La compré en el aeropuerto, a la vuelta de un viaje a Irlanda que hicimos Chencho y yo para visitar a mi prima. Bastante Hornby, por cierto.

La novela, como otras del mismo autor, aborda las vidas de varios personajes que, por alguna circunstancia casual, se entrecruzan y acaban fusionándose. En este caso, son un músico norteamericano, retirado desde hace más de 20 años, uno de los pocos fans que le quedan (el cual profesa una desaforada devoción por su ídolo) y la chica de este, una infeliz encargada de museo.

Lo que más me ha gustado del libro ha sido su ironía, su ritmo y su ternura: si bien los personajes no son precisamente modélicos, los lectores podemos sentirnos identificados fácilmente con la mayoría de sus acciones y decisiones. En serio, acabo de terminarlo y sólo puedo recomendar su lectura. No he leído todos los libros de Hornby, pero por ahora este, junto a A long way down (titulado aquí como En picado) es mi favorito. De todos modos, se supone que High fidelity (Alta fidelidad) es también deliciosa: no tardaré en hincarle el diente. ¡Ñam!

Mi primer grano de acné

Entre las cosas que no he publicado y seguramente no publicaré jamás (en papel), he encontrado esta pequeña (jo)joya de octubre de 1995. Debe figurar, que yo me acuerde, como mi primer poema fechado, lo cual le otorga un aire místico que, como comprenderán al leerlo, se esfuma inmediatamente:

Ahí está

Ahí está,
no me preguntes por él.
Ahí está,
sublime como un corcel.
Ahí está,
de color cambia también.
Ahí está,
duro como una roca.
Ahí está,
impasible ante mi boca:
mi primer grano de acné.

Me niego a verter crítica literaria alguna sobre semejante exabrupto. Eso sí, casi quince años después, debo reconocer que me sorprende gratamente su tono: destila un nosequé irónico que apenas puede hallarse en otros escritos posteriores, de todas todas más concienzudos, pero también menos auténticos. No me dirán que un poema dedicado a ese infatigable compañero de la pubertad no merece un sitio en los infinitos anaqueles de la Red.