Con el último libro que me he leído me ha pasado algo curioso, y no es la primera vez que me pasa algo así. Se trata de La luz es más antigua que el amor, de Ricardo Menéndez Salmón. Estaba yo una mañana hojeando libros en la librería de la Universidad cuando lo vi, lo tuve en mis manos y pensé: «Me gustaría leerme este libro». Por la noche, Piotr Extremo me lo regalaba, a sugerencia de otro amigo, Aaron Rimval, por dejarle que se quedara a pernoctar en mi soleado refugio castellonense.
Pero vayamos al libro. La verdad es que me ha decepcionado un poco. Y ya van… Parece que mis gustos se alejan de lo que se lleva ahora (sin ir más lejos, tampoco entendí la gracia de Nocilla Dream…). Indudablemente, Menéndez Salmón escribe con oficio, pero en mi humilde opinión la trama carece de interés. Eso sí, he apuntado con mucho esmero las sentencias que el autor va diseminando por aquí y por allí, siempre iluminadas y juiciosas.
Con todo mi respeto por todo aquel que consigue acabar de escribir una novela, y esto lo digo con total sinceridad, el final del libro es paupérrimo: algo así como una moraleja, un brindis a la manera de Hollywood, o de Broadway, un «y esto es lo que quería decir y por eso he dicho lo que he dicho como lo he dicho». En fin, que me ha decepcionado. ¡Qué le vamos a hacer! Menos mal que el año acaba de empezar, y con buenas noticias; pero eso prefiero dejarlo para otro día.
Besos y palabras.