Caca


Compañera escatológica e infatibagle. Bisílaba y cacofónica. Sus dos hemisferios, que son el mismo repetido, evocan esa lealtad tan auténtica, esa presencia suya desde que somos críos (y la madre nos separa de ella con cariño y cuidado), hasta cuando somos mayores (y tal vez también necesitados de cariño y de cuidados). Pocas cosas hay tan persistentes: tal vez solo la sombra y la mentira. Estamos con ella en los momentos más íntimos, pero su universalidad no basta para que nos atrevamos a pasearla más allá de la puerta del aseo. Lo impregna todo, quizás porque es también metáfora del tiempo, y no en vano coloniza las cacatúas, el cacao, los cacahuetes y hasta Caracas. La prefiero sobre «mierda», por mucho que al pronunciar esta, como dice el padre del Granjero, se nos llene toda la boca. Es terrenal, terca y despiadada. No perdona al sacerdote, a la bruja, al rey ni al poeta. Y es contraseña de lo prohibido: por eso la invocan los padres cuando los niños, hambrientos de mundo, saborear quieren algo políticamente incorrecto.

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