La piel fría

Tras un verano interesante y un principio de curso lleno de cambios, por fin he podido dedicarme a la lectura de un libro, la obra que me recomendó Lupercalia hace ya unos meses: La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, en la versión traducida al español por Claudia Ortego Sanmartín.

Es el típico libro que regalas a alguien (en este caso, la agraciada fue Patrydoo) con la esperanza sincera, y también algo ruin, de que algún día te lo acabe prestando. Yo no me he ido muy lejos esta vez, porque, tras ser devorado por mi madre, mi tía y mi propia hermana, ha caído en mis garras y ha sucumbido.

Para quien no la ha leído todavía, se trata de una novela de ciencia ficción atípica por estos lares. Digo atípica porque, por un lado, ha conseguido rebasar esa etiqueta para llegar al gran público, con un notable éxito; y, por otro lado, porque a diferencia de otras obras contemporáneas del mismo género, esta tiene calidad. Probablemente, estas dos características estén relacionadas: tiene calidad y por eso ha llegado al gran público.

Debo decir que me ha gustado bastante, sobre todo el final, que muestra el recorrido (físico y psicológico) del protagonista. Lo que engancha, además de la audacia del tema, es el ritmo de la novela. Creo que el autor sabe acelerar la acción con maestría, tras remansos de paz que van deviniendo cíclicos, para que nos volvamos un poco locos, también nosotros, con lo que acaece en aquella isla.

Como punto negativo citaría ciertas digresiones que tratan de «ejemplarizar» o «filosofar» con la historia. Me parece que no hacía falta explicitar ciertas ideas que, de manera bastante natural, surgen en el lector. Y, en lo técnico, he detectado cierto abuso de las frases cortas, así como de la profusión de rimas internas. Pecata (que no petaca) minuta, no obstante.